1. Aumentar la implicación de los empleados, lo que repercute directamente en la productividad, la retención y la satisfacción del cliente. Implicar a los empleados de forma activa se ha convertido en un asunto prioritario tras la pandemia. Además, el informe sobre el bienestar de los empleados que publicamos a principios de año reveló que ahora las oportunidades de formación y desarrollo profesional se consideran una prioridad en una buena cultura laboral.
  2. Crear una «mentalidad de desarrollo» en los empleados y en toda la empresa. El estudio de la Dra. Carol Dweck expone que una mentalidad de desarrollo en la que los empleados aprenden de sus errores y buscan desafíos de forma activa se traduce en un rendimiento superior.
  3. Fomentar la creatividad y la innovación a nivel individual y de equipo. El libro «El poder de ser vulnerable» de la Dra. Brené Brown ilustra que, cuando los gerentes fomentan que se asuman riesgos e invitan a aprender de las valiosas lecciones del fracaso, se disparan la creatividad y la innovación. En otras palabras, facilitan el aprendizaje.
  4. Mejorar la motivación entre los empleados. En su libro «La sorprendente verdad sobre qué nos motiva», Daniel Pink resume una variedad de estudios sobre la motivación. Hay algunos que afirman que los seres humanos alcanzan su mayor grado de motivación con la autonomía, la excelencia y un objetivo con sentido. Aprender de manera natural capacita a los empleados para tomar decisiones propias y les da oportunidades para desarrollarse y mejorar como profesionales.
  5. Ir al compás de los rápidos cambios en la tecnología. La tecnología exige que los empleados se pongan al día de algún dispositivo, software o red social prácticamente cada mes. La autoformación permite que los empleados incorporen el aprendizaje rápidamente en sus rutinas diarias, lo que ahorra tiempo y dinero a la empresa.
  6. Promover el liderazgo y la inteligencia emocional. La formación no solo abarca tecnología y aptitudes «técnicas». Las aptitudes «humanas», como el liderazgo, el autocontrol, la empatía, la comunicación, la resolución de conflictos y la competencia cultural, se pueden aprender. Además, estas generan beneficios medibles en todo el negocio.
  1. Acepta la naturaleza omnipresente de la formación. Todos los días se aprende algo, consciente o inconscientemente. Los mejores gerentes no tratan la formación como algo a lo que deban hacerle un hueco en su agenda, sino como un recurso que les permite mejorar.
  2. Observa el aprendizaje como el camino a la excelencia. Esto significa que tienes que aceptar que debes asumir riesgos y cometer errores. Celebra tanto los momentos de iluminación como los pequeños logros.
  3. Facilita el acceso al aprendizaje. La autoformación dinámica favorece que los empleados busquen y encuentren sus propias respuestas. Los neurocientíficos afirman que las personas retienen este tipo de aprendizaje mucho mejor que si se les dice lo que tienen que hacer.
  4. Usa el aprendizaje combinado para ampliar el abanico de opciones. No todos los tipos de aprendizaje funcionan para todo el mundo o en todos los casos. Por ejemplo, la formación presencial permite practicar y forjar colaboraciones adaptadas a las necesidades, las estructuras y los objetivos específicos de tu empresa.
  5. Enseña a los responsables a orientar. Orienta a los empleados haciéndoles preguntas que amplíen su competencia y su seguridad de manera natural. A mí me gusta especialmente la indagación apreciativa, que ayuda a los empleados a entender las particularidades de su rendimiento. Esta información puede ayudarles a alcanzar su nivel máximo más a menudo.
  6. Evalúa el rendimiento basándote en los conocimientos adquiridos. Los nuevos modelos de gestión del rendimiento demuestran que evaluar el aprendizaje y los resultados sirve para mejorar ambos.